«Y una vez más el problema no es el cómo nos situamos ante la realidad, sino el cómo asumiendo y aceptando su condición material objetiva, no nos dejamos engañar por el fenómeno y descubrimos lo que se esconde por debajo de su apariencia».
Muchas veces la mirada política de los hechos, se constituye en una suerte de registro y juicio racional, casi aséptico, eludiendo empatías o complicidades emocionales, que pueden distorsionar la síntesis con la que se pretende categorizar los distintos momentos y expresiones de la realidad. A esta precaución intelectual se le podría comparar con la antigua y conocida frase machista de “los hombres no lloran”. No es precisamente un mandato a que seamos objetivos, algo que suele exigirse y que suena como el llamado a que seamos serios, pero no se trata de este tipo de condición, sino de la idea de que involucrar emociones y sentimientos desdibuja la comprensión exacta del análisis al que se someten los acontecimientos. La parquedad, la postura fría y direccionada únicamente por relaciones de un carácter lógico, evitaría al pensar de muchos, la manipulación de las conciencias.
¿Qué ocurre entonces cuando un hecho tiene un carácter grave, cuando una situación determinada se nos presenta trágica, cuando un acontecimiento tiene visos de macabro o siniestro?. Al analizar esas circunstancias, ¿tomaremos acaso, la decisión de buscar y rebuscar términos que no causen alteración pública y traicionaremos el carácter de esos hechos, relativizando su verdadera naturaleza o esencia? Las corrientes intelectuales hace ya bastantes años se han configurado en función de lo que la propia realidad despliega en cuanto a efectos, ya sea para situarse -como se dice- “más allá de los hechos”, o en el espacio de la moderación “ni más allá ni más acá de los hechos”, o en una definición realista, que es como decir “cercana a la realidad” y otros impulsándose desde los hechos “construyendo realidad”, algo parecido a inventar realidades. Y una vez más el problema no es el cómo nos situamos ante la realidad, sino el cómo asumiendo y aceptando su condición material objetiva, no nos dejamos engañar por el fenómeno y descubrimos lo que se esconde por debajo de su apariencia. Dar cuenta de la realidad, es decir, observar el cómo las condiciones materiales objetivas están dadas, posibilita hacer una lectura acorde y pensarla desde su esencia y no desde un espejismo.
Pues bien, es necesario instalarnos en el movimiento histórico, en esta dinámica de idas y venidas de todos y todas, considerando las brechas, que de seguro notaremos, si caminamos con atención para no caernos. Nos daremos cuenta que existen los que “están ciertos” de lo que pasa y nosotros que no tenemos la certidumbre, por una razón muy sencilla, no tenemos la sartén por el mango. Y aquí, nos sumerge a tiempo en los hechos, el motor de la historia: la lucha de clases. Hacia los finales de la tercera década del siglo XX, un momento de crisis y convulsiones sociales, don José Ortega y Gasset, lanzó una muy fuerte crítica a quienes se encontraban cumpliendo tareas diversas en las disciplinas científicas básicas, en especial a los físicos y a los médicos. Don José Ortega se refería a la petulancia y a la agresividad de estos profesionales, al desmedido afán de manipulación que se apoderaba de éstos, al punto de poner en jaque los procedimientos éticos y de esta manera saltarse las vallas que resguardan la vida humana de ejercicios y experimentos, ni siquiera dudosos, sino desconocidos, porque nadie estuvo informado de su realización. Entonces habló del “Terrorismo de los Laboratorios” y del “imperialismo de la Física”, la crítica pretendió alcanzar un tecnocentrismo deshumanizante, que no buscaba sólo conocer su objeto de estudio, sino manipularlo, domarlo, alterando muchas veces su condición original, transgrediendo de este modo los límites que la razón impone. Todas las disciplinas científicas y también la filosofía, se encontraban en ese tiempo subordinadas a la supremacía de la física.
Y claro, había un contexto histórico que posibilitaba esta coyuntura, es cuando por vez primera, podemos dudar, de que en las investigaciones y en los experimentos científicos no todo es progreso y avance, y el que nos quieran hacer creer que la novedad tecno-científica es impecable moralmente y social y políticamente neutral, y podemos afirmar categóricamente que no es así. Y ya en esta tercera década del siglo XX, nos encontramos que capitalismo y corporaciones científicas de gran factura, constituyen una alianza estrecha de propósitos e intereses donde el lucro es el principal de los objetivos. Desde entonces, desde el sistema, la ciencia y la medicina se unen para cuidar la salud de los patrones y desentenderse de la salud de los proletarios e indigentes.
Los problemas sanitarios y de salud, no tenían ni tienen aún como causa inmediata, las demoras o las limitaciones del desarrollo científico, si bien se estima esta dificultad como un factor importante, los estudios respecto de estos grandes problemas, no han establecido la relación causal más profunda en la existencia, en distintos periodos de la humanidad, de estructuras políticas, sociales y económicas, tremendamente injustas, opresivas y segregadoras. No es coincidencia que, en las sociedades esclavistas, en el medievo y ahora en el capitalismo, las capas más golpeadas por enfermedades y epidemias graves, hayan sido y sean hoy, los sectores pobres y las extensas franjas sociales hundidas en la miseria y el abandono. Las largas y extenuantes jornadas de trabajo, sin retribución previsional alguna, y con la mínima ración de alimentos, conducían a la fatiga corporal y psíquica, y en pocos años al descalabro total de la salud, a quienes conformaban la fuerza de trabajo en estas sociedades de clases. Explotación, opresión, miseria, tugurios, hospicios, se constituían en la cadena forzada de la miseria, que laceraba la vida de los pueblos, minando sus energías y condenándolos irremediablemente a la muerte.
Los pactos de una vocación necrofílica
La revolución burguesa que, al andar de un siglo y siglo y medio, desata una de las revoluciones técnicas y científicas más importantes de la historia de la humanidad y que el “Manifiesto Comunista” en 1848, ya confirmaba como una de las tareas ineludibles del capitalismo: “La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales.”1 Siendo así, produce las alteraciones más profundas, en los ámbitos culturales, éticos y morales. Una nueva concepción se impone a la humanidad, y esta vez la poderosa y burguesa Ley del Valor, regirá la vida de las sociedades fundadas bajo el sello del capital. La divisa “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, a pesar de las simpatías que despierta en los sectores del pueblo, pronto es olvidada en las instituciones del Estado y nunca formará parte de la propiedad privada de los medios de producción. El Estado burgués nació contrariamente para ser la génesis de la explotación, el abuso y el creador por excelencia de un abismo de desigualdad social entre las clases.
No siempre el desarrollo técnico-científico, estuvo asociado al progreso y a satisfacer significativamente las necesidades de vida de los seres humanos. Es posible que, en los primeros círculos dedicados a la investigación y a la ciencia, los pioneros hombres o mujeres dedicados a estas disciplinas, hayan estado premunidos de búsquedas e intenciones honestas y de un verdadero ánimo al servicio del conocimiento, por lo mismo, en esa etapa artesanal de las ciencias, fueron objeto de sospechas y persecución desde las estructuras de poder. El poder político y religioso los consideró una verdadera amenaza para sus creencias y privilegios, así y todo, fueron los que, desde condiciones rudimentarias y adversas, asentaron los primeros ejercicios metodológicos para situar al mundo en el umbral magnífico de la verdad científica. Gracias a su perseverancia, el mundo advino al periodo del Renacimiento (Siglos XV y XVI) y de los siniestros tribunales de la “Santa Inquisición” se dio paso al renacer de los valores e ideales clásicos, abriéndole de par en par las puertas de la historia al pensamiento moderno. La tierra deja al sol ponerse en el centro del universo y la razón se abre paso con desenfado por los pasillos del mundo laico. Los seres humanos cometieron la audacia de desatar apretados nudos culturales e ideológicos, y con ello abrir las compuertas a un torrente de sabiduría y conocimientos que el mito y la superstición habían contenido con siglos de ceguera y oscurantismo. Quedarán definitivamente atrás las meras conquistas de territorios para inaugurar las guerras por las conquistas de Mercado. La modernidad se acompaña de una nueva clase social: la burguesía y con ella la transformación imparable de las fuerzas productivas y entre éstas, el nutrido impacto de lo que siglo y medio después se llamará la “Ilustración” (Siglo XVIII y XIX) que emerge para dar consistencia al intelecto en los ámbitos científicos, económicos, políticos y sociales. Esa potente inquietud de los primeros hombres y mujeres de ciencia, por dar luz al mundo y a la historia, hace emerger la disyuntiva humana entre lo verdadero y lo falso y en esa apuesta el protagonismo y el antagonismo se universalizan abarcando el todo que compromete la lucha de clases, como verdadero dinamismo del movimiento social.
La clase que hasta ayer jugaba en las trincheras de la revolución, en los finales del siglo XIX se comienza a tornar una clase conservadora, para finalmente entrar en postulados reaccionarios, para evitar el derrumbe de ese poder que buscaba ya el dominio planetario. Y es en este momento del desarrollo capitalista, que surgen los entresijos de ese poder que invade, conquista, saquea, y asesina por el dinero y las riquezas. En 60 millones de muertes se tradujo en América Latina la conquista Ibérica de España y Portugal en el lapso de 150 años, una verdadera hecatombe demográfica, como la llamó el historiador Celso Furtado. Hay que nombrar los resultados trágicos de los levantamientos campesinos y de obreros en la misma Europa. En 1871 en la semana del 21 al 28 de mayo la represión asesinó a 100.000 personas en la Comuna de Paris. La 1° y 2° Guerra y sus saldos horrorosos de muertes, en la 2° conflagración fueron otros 60 millones de muertos entre civiles y militares, destacando el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki. Entonces, ¿Qué nombre poner a estas sumas macabras de tragedias humanas, que asaltan la vida y la moral proletaria con esa vocación necrófila de las clases dominantes?
¿De dónde nos podemos asir, para construir un relato libre de toda indignación ética? ¿Cómo hacer descansar la rabia fuera de nuestras cabezas, para entender y mascar los hechos, sólo como el resultado lógico de las contradicciones de clase? Incluso el pensar la edificación de un mundo nuevo, imaginando solo una tiesa escenografía que nos muestre en fantasía el mundo vivo y justo que anhelamos. Nos negamos a falsear los hechos, nos negamos a su manipulación, pero no nos negamos a que nuestra subjetividad, comprometida con los dolores y también las esperanzas de nuestra clase, diga que el cuerpo y la carne de todos los seres vivos duele cuando se le atormenta, que los sentidos que dan conciencia a nuestra existencia captan el desprecio y las ofensas dirigidas a nuestras realidades de pobreza y miseria, que el miedo golpea y golpea duro, cuando se levantan amenazas y condenas que pueden paralizar la vida de los nuestros y la propia. Tenemos la convicción probada y desde hace mucho que, la “Pandemia” que hoy amenaza y le pone cerco a nuestras vidas, no es otra cosa, que la franca manifestación del fracaso de los sistemas de salud en todo el mundo capitalista, y también tenemos la certeza que para las transnacionales ha sido el mejor de los pretextos para atemorizar a la población común. Esta “Pandemia”, dirigida desde los espacios del poder y del oprobio con todo lo que arrastra de toxicidad, ha envenenado las manifestaciones y relaciones sociales, dando lugar a políticas autoritarias, que el gran capital imperialista necesitaba instalar para cancelar y bloquear todos los procesos de movilización y de resistencia social y política que se habían generalizado en el 2019, cuestionando los nefastos efectos del llamado neoliberalismo.
Nos hemos enfrentado a una cantidad tan abrumadora de informaciones, desinformaciones, contradicciones evidentes y vergonzosas, que podemos perfectamente convencernos que respecto a esta “Pandemia” la “Ciencia Médica” poco o nada sabe de lo que habla. Lo que nosotros sí sabemos, es que asistimos al ensayo de un modo de control social, que se constituye en la antesala de un régimen autoritario que nos mantendría a raya, en el entendido que, desde la declaración de la “Pandemia”, ya lograron crear un grueso de población sometida y dominada. Hoy la industria de guerra debe competir o compartir la ganancia con la poderosa industria farmacéutica transnacional que se ha constituido en el monopolio extremo de la medicina, que cuenta con un extraordinario apoyo del poder político y es el que se esconde detrás de los servicios insuficientes y deficientes frente a las miles de demandas por mejor salud para todos y todas.
Sin duda, estamos en un proceso que va cuesta arriba, lo poco que se avanzó en definiciones, se diluyó con los retrocesos que impuso la coyuntura sanitaria, sumándose ésta como otra de las aristas, quizás la más compleja, de la crisis del capitalismo. Sin embargo, debemos preguntarnos y ahondar, acerca del eje que mueve la actual coyuntura, para saber con tino y exactitud qué piezas debemos mover en este suigeneris enfrentamiento con las clases dominante. A nuestro juicio, se ha erigido con fuerza una triada de guerra que está operando desde el sistema político: la tecnología, el militarismo y el fascismo, como el modo táctico de paralización, de desarme y dislocación social y política de los trabajadores y el pueblo en el actual estado de confinamiento sanitario. Unilateralismo y sesgo comunicacional, mínimo gasto fiscal para mitigar los costos económicos y sociales del pueblo, fuerte represión y criminalización de las protestas. La gran ausente es la claridad de la razón y la creación cultural. Es lo que hemos visto y vivido el reciente año y las tareas que se desprenden de esta expresión contrainsurgente del enemigo son: ¡Convergencia Ahora! de la Izquierda consecuente y los revolucionarios por la Vertebración en el corto plazo de todos los sectores que estén en disposición de lucha contra el modelo y contra el capitalismo como sistema. Reunir el conjunto de demandas políticas, económicas y sociales y elaborar una síntesis cuyo contenido concite e interprete a todos los sectores obreros y populares, ampliando este llamado a los sectores medios con una disposición de lucha consecuentemente democrática. Emplazar la conciencia y la práctica política y social de todos los actores, en el convencimiento de separar radicalmente aguas con nuestros enemigos y poner la confianza sólo en la movilización decidida, permanente y ofensiva del pueblo y los trabajadores. No hay ni puede haber otro camino que solo el de la lucha frente a la ofensiva de la clase patronal.
Profundizar el antagonismo de clase: Una necesidad para las conquistas populares
Las expectativas que el proceso constituyente ha generado en el pueblo, son una ilusión que se sostiene y explica por la normalización a la que nos ha adoctrinado durante décadas el propio capitalismo y el creer que nuestras necesidades de clase deben convertirse en demandas que el mismo sistema que nos empobrece debiese asistir.
Y no debemos extrañarnos que esto sea así. La agudización de las contradicciones que se expresó en la revuelta de octubre del 2019, tiene un alto componente reivindicativo que no se ha logrado traducir en una transformación sustancial en cuanto a la comprensión de nuestro pueblo respecto de su rol histórico en la lucha de clases. La radicalidad y el descontento generalizado frente a toda manifestación y representación del “modelo” aún no logra cristalizar en movilizaciones y orgánicas que expresen la politización de las demandas sociales y del antagonismo para radicalizar aún más el conflicto de clases, teniendo como finalidad cambios estructurales.
Por ello, es necesario avanzar en el desarrollo de los niveles de conciencia para generar en este proceso de acumulación, la deseada politización de la lucha en todas las expresiones del pueblo y de la clase. De lo simple a lo complejo, de lo pequeño a lo grande, debemos apuntar a superar el estadio reivindicativo de conciencia, donde las necesidades han sido asumidas como demandas bajo una lógica clientelista, que no nos han permitido avanzar en la profundización de los conflictos de intereses entre explotados y explotadores y del mismo modo, no nos ha permitido mirar más allá del cuestionamiento parcial dirigido al modelo; en vista de una democracia avanzada mediante reformas y situando a los sectores progresistas como únicos referentes visibles de un “proyecto político” o “alternativa” para el pueblo trabajador.
Hoy es preciso recuperar la idea y la conciencia de que cada necesidad que el pueblo reconoce para sí como parte de su precariedad, es producto de la explotación capitalista operando con toda la maquinaria del Estado burgués. Cada necesidad expresa un punto de conflicto donde el antagonismo de clase es el centro del mismo: nuestras necesidades no son demandas negociables, son derechos que nos pertenecen como pueblo y que nos han sido robados, mercantilizados, privados, generando un enorme despojo histórico, y es nuestro deber avanzar en sus reconquistas, como parte de un proceso ascendente
de organización y lucha, que no tenga por delante el tope de la “solución” puntual y de parche del conflicto, sino que se entrame en un proceso de politización, organización y movilización clasista de nuestra fuerza y con un claro sello popular y revolucionario, logrando y defendiendo cada conquista, como los eslabones de la construcción cotidiana y concreta del Poder Popular.